Días previos al saque de honor en San Mamés, algunos amigos y amigas me comentaron que se les había pasado por la cabeza qué es lo que se siente ahí abajo, en el césped, en el verde de la Catedral.
Ahora, tras la resaca post-partido, os puedo contar mi experiencia. Antes de comenzar, no voy a ocultar el nerviosismo que se siente en los días previos. Estaba bastante tenso y pensaba a cada momento: ¡Qué pinto yo ahí! Tras la mala racha de resultados en liga del Athletic, la gente querrá ver el partido, no a mí chutando un balón a duras penas. Con suerte no tropiezo o no doy a alguien como de vez en cuando sucede. ¿Y si resbalo y soy recordado por eso?
Por cierto, hablando de ser recordado, ahí en mitad del campo me pasaron muchas cosas por la mente. Tu corazón late enérgicamente y se va acelerando cuando uno se acerca a las escaleras que dan paso al terreno de juego. Fue justo en ese momento cuando se me despertaban infinidad de historias. Quienes me conoce bien, saben que mi cabeza siempre está funcionando, un cruce de pensamientos, entremezclados con los sentimientos.
Es en uno de esos instantes, en el que por «la testa” me pasan 3 personas distintas con tres vidas distintas. No se llegaron a conocer, pero, estoy seguro de que tenían mucho en común.
Gracias a la Fundación Matia, pude conocer a Boni, un hombre tan bueno que, por no molestar, ni abría la boca, pero siempre te regalaba una sonrisa. Cuando vi a Boni por última vez en la residencia de Rezola y me abrazó, sentí tanta bondad y tanto agradecimiento en aquel gesto que no se me olvidará nunca. Ese hombre era tan querido entre la plantilla de Matia, que en tan solo la mirada de la gente se podía percibir el cariño que le profesaban, tanto como en las últimas palabras que me dijo: “Con amigos como tú al fin del mundo, sin perder la sonrisa”.
El viernes pasado tras disfrutar de un precioso ongietorri, pasé por uno de esos lugares que reparte felicidad de forma natural. En este caso, es el Aquarium de Donosti que siempre me ha hecho vivir momentos muy especiales. Recuerdo con especial cariño a Xabi y Ariane en los pases de las últimas películas en las que hemos participado. Ariane siempre regalaba su sonrisa, tanto a los niños y niñas cuando celebraban los cumpleaños, como a nosotros que nos dejaba que nos comiéramos lo que los txikis no habían terminado. Era una de esas personas tan especiales que tenía todo para dar y regalar a los demás, y al final, no dejó tiempo ni para ella misma. Nunca perdió la sonrisa.
Y, por último, hace unos días leía en un medio de comunicación que había muerto Juanjo, un tendero que vendía huevos y miel en la calle Tívoli de Bilbao. Los vecinos y clientes de la zona se habían acercado a rendirle homenaje encendiendo velas y dándole el último adiós con mensajes o dibujos llenos de ternura. Yo no conocí a Juanjo, pero seguro que al igual que Boni y Ariane sería una de esas personas con carácter afable y de buen hacer.
En definitiva, da igual que seas cajero en un supermercado, barrendera, futbolista profesional, albañil o alpinista. Sea cual sea tu profesión, ante todo sé buena persona y recuerda que con una sonrisa llegarás más lejos que con un mal gesto.
Y sí, entre latido y latido, también me vino al pensamiento mi primera vez en San Mamés, así como amigos y familiares que ya no están. Es un momento en el que sientes gratitud infinita hacia tantas personas que siempre están ahí para cuando lo necesitas. Eskerrik asko bihotz bihotzez.
Ahora bien, me gustaría que en vez de recordar chutando el balón a Alex Txikon, el montañero de los 8000, me recordaran simplemente como Alex, una persona que trata de no perder nunca la sonrisa e ilusión y que cada día se esfuerza, al igual que lo hacían Boni, Ariane y Juanjo, en hacer el bien sin mirar a quién.