Quienes no conocen el medio ambiente de la alta montaña se extrañan de que personas con un gran historial deportivo tengan que hacer esfuerzos tan grandes para lograr una cima, incluso cuando apenas les separan de ese premio unos centenares de metros.
Lo que quizás no saben es la tremenda influencia que la altitud tiene en el rendimiento.
A medida que ascendemos, la presión atmosférica se va haciendo menor, y lo mismo ocurre con la presión de todos los gases que forman parte del aire, incluido el vital oxígeno.
Eso hace que a unos 5400 metros de altitud, el organismo solo disponga de la mitad de la presión de oxígeno que tiene a nivel del mar.
Como consecuencia, muchas de las funciones del organismo se ven afectadas, pudiendo incluso producirse enfermedades muy severas.
Pero también el rendimiento sufre. ¡Y mucho!
A pesar de que disponemos de mecanismos de adaptación para intentar reducir las pérdidas, lo cierto es que a 2000 metros la capacidad de trabajo aeróbico baja un poco; al 97% aproximadamente.
A 4000 metros se nota algo más, quedándose en torno al 80%. Si ascendemos a 6000, se agudiza el efecto de la reducción de presión de oxígeno, y el rendimiento desciende a algo menos del 60%.
Y, ¿qué ocurre en cotas como los 8611 metros de nuestro objetivo, el K2?
Que el funcionamiento del organismo se ve tal alterado, que su rendimiento apenas llega al 12% del que tendría a nivel del mar.
En esas condiciones, mover un pie tras otro para seguir ascendiendo se vuelve un esfuerzo sobrehumano.
Seguro que ahora valoraremos más cada paso que dan hacía su cima; hacía nuestro sueño.
Por nuestros Dres. Kepa Lizarraga y Josep Sanchís en colaboración con IMQ.