Me gustaría compartir con vosotr@s algunas imágenes de un viaje reciente a la provincia argentina de Catamarca, más concretamente a la región de Fiambalá, cuyos parajes recomiendo visitar a tod@s l@s amantes de la montaña y el medio natural más salvaje. Situada al noroeste del país, esta provincia de 102.000 kilómetros cuadrados limita al oeste con Chile y, de hecho, el cerro de Fiambalá constituye la continuación argentina del desierto chileno de Atacama.
En esta ocasión volamos, como viene siendo habitual, con la compañía aérea Turkish Airlines. Tras la escala en Estambul, cruzamos el Atlántico para aterrizar en Buenos Aires, desde donde volvemos a despegar rumbo a la ciudad de Salta. Allí nos espera el amigo Mauricio, quien nos llevará, por carretera, hasta Fiambalá, municipio muy conocido entre los seguidores de rallyes desde que, a partir del año 2009, fuera sede del Rally Dakar en varias ocasiones.
Las seis horas de coche sirven a modo de aperitivo: las formaciones rocosas a través de las cuáles avanza la ruta son increíbles, de color rojo intenso, áridas… es, sin duda, uno de los paisajes de altura más inhóspitos que han visto mis ojos. De hecho, alberga innumerables seismiles y muchas de las montañas más altas de los Andes: Ojos del Salado (6.893m), Pissis (6.795m), Bonete (6.759m), Tres Cruces (6.748m), Mercedario (6.720m), Cazadero (6.658m), Incahuasi (6.621m) y El Muerto (6.488m).
Pero, de momento, la primera parada de esta breve pero intensa visita nos deja en el mismo pueblo de Fiambalá, a unos 1.500 metros de altura. Caminata a pie hasta las termas donde un baño nos reconforta y nos ayuda a recuperar la espalda machacada después de tantas horas de vuelo.
Al día siguiente, todavía con el jet lag a cuestas, nos aventuramos a trotar y sudar de lo lindo a través del terreno desértico que caracteriza a este rincón del planeta que, por cierto, según aseguran los entendidos, sirve de verdadero filtro durante el Rally Dakar.